Javier Lopez de Ceballos, por Jaime Patiño Mitjans; conde de Teba.
Queridos Incautos
El 30 de enero celebrose montería en Pizarroso. Acudí allí invitado por Fernando. Un cercano amigo y lejano pariente.
En la comida me encontré con él. Estaba mayor y algo más lento. Pero seguían brillando sus ojillos pícaros bajo su sempiterna boina. ¡Chacho! Saludaba
Se lo presenté a Sophie. Este señor es no solo un gran y viejo amigo. Es además mi primer jefe. Y a quien muchísimo debo.
El se echó a reír. De perfect francés, pero de inglés siempre anduvo algo cojo.
Se sentó junto a mi. Y a su otro lado Tomas Higuero. Charlamos algo del presente, mientras navegabamos el pasado. Un hombre que vive de recuerdos comienza a envejecer.
A principios de los años 80 Llegó a aquella oficina, limpia pero algo lobrega, un jovenzuelo de poco más de 20 que Hablaba algo de francés, que contrastaba con el francés de carrerilla que hablaba él por teléfono. Su madre era francesa. Me había pasado a su despacho una guapa y simpatiquísima secretaría muy alegre que se llama Piluca. Era el alma de la oficina. Las otras secretarias eran también amabilísimas. La oficina era una perpetua Alegría de risas.
Cuando colgó, llegó una sonrisa que no le cabía en su cara enmarcada por una negrísima barba. Como el mismo decía, parecía un greco. Si no fuera por su perenne sonrisa de niño travieso, parecía que se había escapado del cuadro del entierro del conde de Orgaz.
Me presento a Ricardo Medem, quien sería mi otro mentor.
Me hablaron unas condiciones económicas buenísimas. Pagaban fenomenal. Tanto que me daba hasta casi reparo. Y se vislumbraban unas propinas astronómicas. Todo me parecía un sueño hecho realidad.
Tras darnos la mano, se forjó una amistad y una admiración que creció con los años y comenzó una etapa que marcaría mi vida y forjaría mi carácter.
Desde mi niñez había cazado. Pero más de menor. De caza mayor con mi padre y mi abuelo en las fincas de la familia y amigos. Prados, Ventosilla, El Risquillo, Cantarrana, Valero, Cabañeros, Las Navas…
Para Mi familia la caza era como una especie de religión. Era un ambiente solemne dominado por el ritual
Una forma de vida donde te enseñaban ante todo a velar, a enfrentarte a tu espíritu, y a dominar tus pasiones y tus temores.
Todo estaba reguladísimo. Las armas en las fundas. Los zurrones de cuero. Con un mechero y un cacho de cámara de bici para hacer fuego. El traje de aguas. Y el taco. Los Prismaticos, la caja de balas y una navaja. Por que el cuchillo siempre a la cintura.
Llegue a las Arripas. Un mítico valle sembrado de cereal. Que se protegía con alambrera y tras la cosecha se quitaba para que entraran las reses. Rodeado por montañas bajas. Tierra volcánica, Se asemejaba a un enorme volcán que nunca fue
Tenia una gran casa que había pasado por manos de gente que no conocí, pero que estaban muy presentes. Dejaron colgados su trofeos con sus iniciales. Gloriosos Tiempos pasados que terminaron en tragedia para algunos de su dueños.
En mitad del monte había un Precioso monolito con la cruz De Santiago que recordaba a su último y su más carismático propietario que había muerto hacía unos años. El Conde de Ybarra. Que casaría con una prima de mi madre.
Sus dueños entonces eran sus muchos hijos, hoy buenos amigos que eran muy jóvenes y que arrendaban la caza a Ricardo y a Javier.
La casa funcionaba como un hotel americano.
Tenía cosas Preciosas y otras que me extrañaron muchísimo. Había un Marco Polo disecado entero en la entrada que imponía y sorprendía.
Javier reía. Yo iba a ser “guía” una figura asimilada a la del white hunter, Que se me antojaba lo más. Y lo sigue siendo.
Me presento a los Guardas. Victoriano como me dijo Javier era un catedrático de campo. “Escucha y Aprende todo lo que puedas. Es un gran señor. Y un prodigio como corta las manchas.”Inmediatamente simpatice con él. Dirigía todo. La agricultura. La caza… tenia un cierto parecido de Burt Lancaster. Y sonreía Burlonamente, con esa mirada de quien está de vuelta de tanto.
Luego vino Rufo. Uno de los mejores guardas y mejores personas que he conocido. Alto, con el pelo muy corto y su sempiterno traje de pana. Muy gastado Con botones dorados. De el aprendí muchísimo. Y pasaríamos mil aventuras y grandes risas.
Y también Remigio. También vestido de guarda, pero se veía que era más bien un peón, ascendido a tractorista si acaso, reconvertido.
Luego al resto del personal. Justa era una magnífica cocinera y era la mujer de Rufo.
Y Cri-Cri era una refinada francesa, de la edad de mi madre que se conservaba la belleza y las fascinación. Se me presento como “hostess”. Ella era la señora que atendía la casa. Y a las señoras de los cazadores. Que esta vez no había.
Y llegó otro guía. Algo mayor que yo. Eugenio Megía Abarca. Típico español desenvuelto. Un bigotillo anacrónico, unas melenas sujetas por un sombrero lleno de chapas, Con tanta gracia como cara dura. Aficionado, Furtivo, divertidísimo. apasionado de la caza las mujeres y la juerga. No se en que orden. Me hice gran amigo en la corta vida que tuvo. Como todos los mitos murió muy joven.
Los guías al mando de Javier dormíamos en la leonera. Un inmenso cuarto con literas militares donde muy cansados, antes de dormir nos contariamos desternillados de risa las aventuras de cada día.
Llegaron los clientes. En un gran autobús de los años 80. Y ahí llegó mi mayor sorpresa. Se bajaron unos luxemburgueses gordos grandes pálidos, y algo vociferantes. Vestidos de unas cosas rarísimas que parecían soldados y ellos llamaban camouflage. Miles de maletas. Íbamos a la berrea.
Javier los saludó a todos.
Su mirada no era como la nuestra. Miraban como sin ver. Hablaban entre ellos. Y se dirigían a mi solo para pedirme algo.
Luego comprendí que me veían joven y me creían inexperto. En aquellos países la gente empieza a cazar mucho mayores que nosotros.
Algo sabía yo de campo. había visto mucha caza menor. Y jabalíes algunos, venados pocos, y corzos muy pocos.
Pero tenía que ocultar, que no había visto jamas un muflon. Y los gamos solo en Riofrio, que les dábamos pan y venían al coche.
Ni idea de esos bichos.
Tras una cena estupenda en una vajilla antigua, una profusión de manjares y caprichos que en mi casa jamás había.
Yo crecí en una generación rodeado de austeridad. El lujo me parecía casi mal.
Dormí expectante de la aventura.
Salimos de madrugada. Los rifles eran otra sorpresa. Ninguno traía un rifle “normal”. Eran algunos de plástico. Con enormes anteojos. Bípodes. Correas de bandolera con balas. Todo un equipo entonces rarísimo. Con unas mochilas de nylon que parecían el baúl de Mary Poppins. Salía de todo. Un salero para ver el viento. Un cojín para sentarse en una roca. Gafas amarillas. Hasta botiquines.
Hoy todo eso es mucho más normal
Había uno muy “protagonista” bajito, muy pálido y con un bigotillo. Con un sombrero ridículo. Me recordaba a Louis de Funes. Se dirigía a nosotros con un tono displicente y exigente, y cuando se ponía nervioso tartamudeaba y le temblaba el bigotillo.
Javier le bautizó como el gilipollas. Y a escondidas era el blanco de nuestras risas.
Los guías íbamos vestidos del verde español. Y éramos correctos en incluso algo obsequiosos Porque los guardas los miraban con una mirada entre burla y desprecio, encerrada marcialmente bajo las formas de la cortesía.
Un land rover divertidisimo. Descapotado como los nuestros, pero tenia detrás un catafalco elevado desde donde veíamos todo. E incluso se podía tirar
Nos repartimos. Un guarda un guía y Un cliente. Ese sería el orden perpetuo de la caza.
El viento en la cara. De la cuerda al sopie, de la raña a las veredas. Los arroyos. Los collados. La bendita naturaleza. Oteada y barrida con prismáticos.
Tiraban. Eran bastante malos. Ademas no sabían tirar si el bicho se movía. Aunque fuera solo andando.
Cuando mataban un venado se ponían contentísimos. Y sacábamos las cámaras. Nos habían dado una clases de cómo sacar fotos. Estaban felices.
Como eran un grupo muy grande, al final , cuando ya habían cazado la mayoría nos dividimos.
La otra finca era el Castaño. Tardábamos media hora por carriles de campo de una finca a la otra.
Todos nuestros coches tenían “emisora”. Y una larguísima antena. Nos comunicábamos con las casa de las fincas. E internamente llevábamos walkie talkies. Aunque muy pocos. Eran muy caros.
El Castaño era un prodigio. Nunca había visto tantos venados buenos. Un monte maravilloso.
Javier reía a carcajadas ante mis comentarios y mi asombro permanente.
Javier fue a cazar con el jefe del grupo y yo con otro que no había tirado nada. Matamos cada uno un venado espectacular, que serían “plata antigua” 162 puntos. 152/162/173) Una barbaridad entonces.
Volvíamos a las Arripas. Un poco agobiados pues nuestros venados eran mucho mejores que los que habían cazado Allí.
Suena la emisora. Era Victoriano. Muy preocupado. Remigio se había puesto a cocer los cráneos de los venados. Los metían en unos medios barriles sobre una hoguera. Como eran muchos metieron varios venados juntos en cada barril. los dejaron desatendidos las llamas subieron por los costados del barril y explotaron las cuernas.
Se había puesto a la emisora uno de ellos chillando.
El jefe del grupo que venía con nosotros se llamaba Hors estaba muy alarmado. Si beben se ponen muy violentos. Somos comerciantes. Con bastante poca paciencia. Y hay uno que es boxeador. Y también cobrador de deudas.
El que estaba furioso era “el gilipollas”que le habían destrozado los 3 venados que había matado. Y era el que se puso a la emisora gritando histérico.
En el camino, pese a la gravedad del asunto, Javier desgranó una letanía de horrores. El con su cara seria pero con tono y relato burlón, hablando bajo, y yo no podia contener las carcajadas.
De vez en cuando los extranjeros que no entendían español me miraban desaprobación.
Según su versión se imaginaba que habían linchado a los guardas, crucificado a Eugenio y Cri Cri estaba encerrada en su cuarto con la puerta atrancada con muebles esperando nuestra llegada.
Javier se bajó en el patio de las Arripas.. Llegaron varios como fieras. Pero con un par de capotazos. Los colocó en lidia.
A la mañana siguiente saldaríamos a cazar. Y volvimos al castaño. Tuvimos todos suerte y todo arreglado.
Todo acabó bien. Muy bien.
Con el tiempo Javier fue a Luxemburgo. Se presentaron varios llenos de Ferraris y le obsequiaron mucho. Muy amables y simpáticos.
Me admiro la sangre fría y el saber hacer de Javier. Un gran señor que no se dejó apabullar por la situación. Y como torno una situación comprometida en una gran éxito.
Desde aquella lejana juventud, Javier fue un referente en mi vida. Me hice muy amigo suyo. Incluso llegamos a estar tan unidos que llegó a proponerme asociarnos. Pero para eso tenía que abandonar mi carrera de arquitectura. Y pudo más la formalidad que la aventura.
Tiempo después cuando estaba en las obras, peleando con los aparejadores municipales, las contratas, y los clientes, soñaba con aquel Mundo que viví. Aquellas aventuras con gentes de todo tipo. Un mundo inmenso al que me abrió las puertas Javier. Una sucesión de situaciones comprometidas que me hicieron madurar. Y esa experiencia que me ha servido tanto en mi vida.
Tanto, que han sido la salvación del patrimonio familiar tras el derrumbe de los precios de la agricultura y la ganadería.
Y sobre todo el trato de gentes singulares. Todos con vidas en diferentes perspectivas.
Pero todos unidos por esa gran pasión por el campo y por la vida.
Javier, mi muy querido y viejo amigo, como dijeran los Romanos, que la tierra te sea leve.
Yo siempre veré tu risa tu boina y tu inmenso rifle entre los oteros de las sierras celestiales.
Esto era el principio de Cazatur. Gracias Jaime, gracias Javier;
Eduardo Fernández de Araoz y Diez de Rivera
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